Cada generación tiene sus palabras, sus iconos, un conjunto de referentes sociales que marcan tendencias y movimientos, formas de creer y descreer, caminos que se bifurcan en cada década hacia una nueva rebeldía que separa a los nuevos de los viejos nuevos. Pero algo que evidencia que el mundo no ha cambiado ni una pizca desde los primeros que se alzaron es la información que nos demuestra que todo tiene su segundo lado, su rincón oscuro, o la falacia en la que se sustentaba. Internet proporciona al mundo los datos, las opiniones y los nombres de todo aquello que antes era inalcanzable. No sólo nos aísla de nuestra sociedad socializándonos en extremo con ella, sino que en un aséptico mecanismo le ha dado al mundo el nihilismo suficiente para dejar de creer en cualquier posibilidad de creer, somos peones de unos dioses que nos dan la ilusión de escoger, somos la pieza que en el me gusta de facebook (por ejemplo) hemos cedido nuestra voluntad de poder cambiar nada.
Jesse Eisenberg es Mark Zuckerberg, creador de Facebook
La red social (The social network, 2010) es la respuesta natural al desamparo que se cuestionaba en el Last Days (2005) de Gus Van Sant. Una tragedia de altas esferas de niños idiotas con curriculums brillantes donde el poder y el éxito lo es todo. Lo inteligente de Aaron Sorkin (artífice y guionista de esta fantástica película) es darle un héroe a este universo, un hombre que se alzará por encima de los dioses, y como hombre sus aspiraciones en la vida son tan mundanas como inalcanzables - como debe ser dentro de una tragedia - haciendo del éxito un daño colateral. Sorkin crea, basado en la realidad, un Ricardo III veinteañero que esconde en cada una de sus acciones un misterio de celos que le imposibilita relacionarse con ninguna persona, convirtiéndose en paradigma del ser virtual en que todos llegaremos a ser.
Representación de la nueva generación
El vínculo Sorkin(guión)/Fincher(dirección) no podría ser más pertinente para la ocasión. La capacidad verbórrea de los diálogos de Sorkin son ejemplo del exceso de información e inteligencia del personaje pero que nos imposibilita acceder en su interior, como un muro de palabras que lo protegiesen. Por otro lado la extraordinaria narrativa de David Fincher se distancia en su perfección de lo emocional. Juntos crean una de las obras más importantes sobre la nueva generación que ya ha hecho cambiar las reglas de las relaciones. Es de admirar como dos adultos de 48 años hablan el lenguaje de los jóvenes sin caer en lo burdo, y no me refiero a la palabra, sino a todo aquello que da expresión a nuestra generación. Estoy convencido que muchos adultos mayores de 50 años no llegarán a comprender la secuencia final, donde la tecla F5 tiene un significado significante (valga la redundancia), y es clave para el desenlace emocional del protagonista.
Probablemente The social network es un film pequeño, no creo que vaya a cambiarme la vida, pero eso no implica que no sea una película enorme.
Fernando Pomares
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