Diez días de programación interrumpida. El Festival de Sitges concluye con un certamen marcado, como todo hoy en día, por la crisis. Muchas películas pequeñas (quizá demasiadas) en un certamen donde lo más destacable se encontraba en propuestas fuera del género de terror/fantástico y que, en general, eran films esperados por la reputación que precedía a sus realizadores.
Imagen del Festival
Películas como Piraña 3D (Piranha 3D, 2010) que nunca llegó a presentarse - por motivos X -, es un claro ejemplo de un año donde puede verse como el festival ha escatimado con la oferta, y se ha notado. Excepto cuatro o cinco películas no puedo sentirme entusiasmado por aquello que he visto, entre ellas reposiciones de Los Sueños de Akira Kurosawa (1990) y la versión remasterizada en alta definición de Metropolis (1927) de Fritz Lang. Del resto ya habéis podido leer mis preferencias en el transcurso de los días pasados. También disculparme por algunas de las vencedoras que no he llegado a ver (en más de las 40 películas que he visto en 9 días), pero la programación de Sitges es una lotería que te obliga a escoger, una apuesta de todo o nada. La mala fortuna acompaña cuando una película de sección oficial se solapa con la única proyección en una sala pequeña de un film que uno (en mi caso) esperaba con ansias desde hacía tiempo. Pero las recomendaciones que hace la organización de cada película es como un lázaro tramposo que quiere hacerte perder en sus propios intereses. Según los reportajes del diario del festival y el libreto de la programación (a veces únicos guías de películas totalmente desconocidas), cada una de las obras exhibidas es una pieza imprescindible de la contemporaneidad. Como comprenderéis, uno acaba por prescindir de cualquier recomendación oficial.
Auditori Meliá
Pero agradecer a la organización la oportunidad de acceder a cierto cine inalcanzable en una sala como el Auditori Meliá, aunque a veces es discutible el arbitrario reparto de películas que se proyectan en salas de pueblo (Retiro, Prado, las salas de la ciudad de Sitges que albergan el resto de la programación) o aquellas que tienen la fortuna de ser mostradas en lo que podría ser una especie de templo de lo audiovisual (Auditori Meliá). Con todo y eso (y el resto) es "fantástico" tener tan cerca un festival que sentimos (en Catalunya) como cotidiano, y es probablemente uno de los más grandes del país (por no decir el mayor, al menos, en interés).
Fernando Pomares
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