Algo que pretendo hacer cuando transito un festival es moverme por su películas desde la máxima ignorancia. No quiero saber nada de las películas, ni de sus argumentos, ni si en tal festival han dicho esto o si en tal pase previo han opinado eso. En los estrenos comerciales es casi imposible ver la película sin saber prácticamente todo lo que acontece en ella. Por ejemplo, aún no he tenido oportunidad de ver Enterrado (Buried, 2010) de Rodrigo Cortés, pero solo viendo trailers y leyendo críticas ya sé que sucede en cada uno de los giros argumentales, la puesta en escena, sus defectos, y sus virtudes; solo me falta saber si el protagonista vive o muere (y si su mujer sobrevive en manos del terrorista). Verdaderamente una lástima, se pierde mas de la mitad del encanto de que te cuenten una historia. Pero en un festival de cine todo cambia, aún uno es virgen de comentarios y necedades y se encuentra cara a cara con la obra.
Con El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010) he tenido una grata sorpresa, diré mas, me ha encantado todo, excepto por un matiz. Es una pequeña película filmada como si fuera un documental, pero en el fondo una ficción que no esconde serlo, rodada con una sola cámara se crean situaciones de planos contra planos en tiempo real (algo imposible en el documental) y la película no esconde estas trampas, todo lo contrario, las explota en beneficio de la mejor narrativa posible para la historia. Esa es la virtud de El último exorcismo. La historia manda en un guión bien escrito con unas fantásticos actores, en especial el pastor Cotton Marcus (Patrick Fabian). Buen ritmo y misterio en un film de terror mas cercano al Carpenter de Halloween (1978) y al estilo de Polansky que al mítico William Friedkin con su El exorcista (The exorcist, 1973). Es en lo liviano del tono y en sus intenciones donde su director, Daniel Stamm, nos ofrece una buena película que crece escena a escena en brillantez hasta su extraordinario final que... (y aquí mi matiz) se precipita en correr demasiado cuando ya tiene toda la carne en al asador. El desenlace es un joya como idea pero necesitaríamos mas tiempo para sentir todo el miedo que comporta esa última secuencia en el conjunto de la historia.
La tensión crece en The Last Exorcism como quién no pide la cosa
Por otro lado una absoluta desilusión con lo último de Garri Bardin, un maestro de la animación rusa. El patito feo (The ugly dunkling, 2010) es un mal corto muy largo. Película de poco presupuesto que demuestra esta carencia económica en la constante de planos reutilizados para alargar la duración del metraje. Un guión que aún recuerda a las propuestas pro-soviéticas tan típicas de los realizadores de animación rusa (siempre protegidos y financiados por el estado) y que hoy en día hace mas tufillo a casposo que a nostálgico, o en el mejor de los casos a reivindicativo.
Garri Bardin y su equipo en el set de animación de El patito feo
Otra medio alegría ha llegado con Carne de Neón (2010) de Paco Cabezas. Partimos de la base que el señor Cabezas ha fusilado el estilo de Guy Ritchie y de Snatch: cerdos y diamantes (Snath, 2000). No tiene escrúpulos y copia todo lo que puede copiar. No hay un atisbo de originalidad en toda la película, dudo que un solo fotograma haya surgido de la inventiva de su realizador, pero como bien demuestra que sabe "plagiar", también demuestra que sabe escoger y dirigir a sus actores y darles un texto dinámico. La estructura dramática funciona como un engranaje, utiliza todas las herramientas narrativas a la perfección. Las relaciones de los personajes evolucionan bien junto a las tramas y conjuntamente aparece poco a poco un trasfondo emocional que nos dejará muy buen sabor de boca. Una buena película española que dentro de las copias (burdas) se disfruta desde el inicio hasta su final, sin titubeos, del humor a al drama, sin olvidar a sus personajes que son cuidados por el director con mucho cariño. Genial Ángela Molina.
¿Dejà vu? No, es Carne de Neón
Finalizo con Dispongo de barcos (2010) de Juan Cavestany, guionista de Los lobos de Washington (1999) y director de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2004). Dispongo de barcos es una película - ya no diré arriesgada - experimental. Totalmente absurda, y 100% perceptiva. Está rodado con una handycam, sin iluminación ni microfonía, a pelo, cine mas que directo. Es todo un aquí lo quiero y aquí lo ruedo. De corta duración (sensata decisión) la película se deja ver, cosa loable con el tipo de obra que es, incluso, en los momentos con una cierta lógica en los diálogos, es entretenida y fresca. Pero lo interesante de lo que plantea Cavestany es el porqué de hacer esta película. Quizá, Dispongo de barcos, es una vía de escape, una huida hacia un sistema de financiaciones cada vez mas cerrado y difícil de acceder, un escapar de los mecanismos de producción interminables y tediosos que se llevan el alma de los cineastas hacia un limbo temporal hasta nueva hora cuando se concluye la película. Quizá los mas importante sea hacer cine, y no importa el cómo. Pero viendo la película de Cavestany uno no puede dejar de sentir envidia, pensar que fácil sería salir a la calle y contar una historia, que ilusionante tener una sala llena de personas esperando a ver que les cuentan. Qué bonito sería comunicar cuando se tiene la necesidad de hacerlo y tener la decisión para llevarlo a cabo.
Esto es todo por hoy. Mañana mas.
Fernando Pomares
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