En el festival la cantidad de (no)cine que uno es capaz de ingerir es sorprendente. Narraciones ilógicas, plomizas, que no llegan a asomarse a la línea de lo digno, y que te hacen cuestionar si merece la pena la experiencia del bulímico espectador de tragar y tragar información audiovisual. Pero surgen de tanto en cuando películas - unas esperadas, otras sorpresas - que llenan cualquier vacío acumulado a lo largo de las horas. La ganadora de Cannes de la pasada edición, El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (Lung Boonmee raluek chat, 2010) de Apichatpong Weerasethakul, se ha presentado hoy en Sitges como premiere española y ha regalado un momento de paz a quienes hemos asistido - ya con ilusión - a su proyección.
Cine que puede exigir demasiado a su público, o más bien todo lo contrario (exige tan poco que a algunos no saben como leerlo). Una obra hecha para ser percibida y sentida desde el sosiego de un paseo, del tono de una luz o del murmullo de un bosque que susurra vida en cada uno de sus encuadres.
El hombre-mono, el hombre de la naturaleza mirando en la noche
El poema que crea Weerasethakul es una vez más una nueva puesta en escena sobre el vínculo entre el hombre y la esencia de la vida mediante la pureza en la naturaleza, y nuevamente contrapone estas sensaciones con el artificio de la vida contemporánea en la urbe, desde la religión a las relaciones humanas. Quizá su discurso peca de naïf (incluso de obvio), pero eso es sólo una pequeña opinión sobre un punto dentro de lo que es una joya fílmica.
Es sorprendente como Weerasethakul consigue que las ideas se perciban y no se piensen. A la vez que huye de la emoción para que eso no manipule a quien mira (y escucha) el film, pues su cine, cada vez más autoconsciente, es un proceso no definible de una subjetividad pasmosa. Un fluido que impregna al ser para luego desampararlo consigo mismo. Me enternece como la mano magistral del cineasta tailandés comprende su idea de la vida, y como me la hace llegar. Desestructura el relato insertando ilógicamente secuencias sobre cuentos populares, un inicio bello como pocos donde un ñu busca la libertad, o un encuentro familiar con espectros y seres fantásticos. Con todo ello Weerasethakul compone un fresco orgánico y atemporal en el que todo es uno, donde somos nuestros ancestros, nuestra cultura mística/mítica, el relato oral, nuestros sueños, la naturaleza, nuestros miedos... te hace comprender la vida, sin el bien y el mal, sin lágrimas forzadas ni risas impuestas, ni objetivos dramáticos o personajes de manual. En El tío Bonmee... no nos emociona su historia, ni hace falta, nos lleva a un estado como podría hacerlo, por ejemplo, Tarkovsky, pero con la mirada única de uno de los autores cinematográficos que (con esta obra) se han consagrado como una de las figuras más relevantes y únicas de nuestro tiempo (y no pretendo exagerar).
El encuentro familiar en la noche es una secuencia para enmarcarla (como muchas otras)
Puntualizar que la calidad técnica de la película (puesta en escena, encuadres, fotografía, sonido, montaje, interpretación...) son de una complejidad apabullante. Muchos podrían llegar a filmar como Hitchcock si se lo propusiesen, muy pocos tienen la sensibilidad y la capacidad para hacer lo que ha conseguido Apichatpong Weerasethakul con El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas. (Y no malinterpretéis, no estoy diciendo que es mejor que Hitchcock).
Fernando Pomares
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