domingo, 1 de agosto de 2010

El silencio de Lorna: La culpa de los inocentes

Después de dos años de su estreno en el festival de Cannes llega a las pantallas españolas la última pieza dentro de la filmografía de los hermanos Dardenne. Sería interesante analizar cuanto público potencial del film ya lo ha visto previamente a su estreno mediante procesos poco lícitos, público que no le encuentra el sentido a esperarse dos años para ver una película, puesto el cine forma parte de un discurso presente, y dos años después de su momentum es perder quizá, cierto sentido en el visionado.

Fotograma de El silencio de Lorna

Pero polémicas aparte en los mecanismos de distribución de nuestro país, el último film de los hermanos Dardenne es fantástico. Siguiendo el camino que emprendieron con su anterior película, El niño (L'enfant, 2005), los Dardenne utilizan el modelo de El dinero (L'argent, 1983) de Robert Bresson para construir otro relato sobre el crimen y la culpa de aquellos que son absorbidos por las circunstancias. Si en El niño el hilo narrativo era la compra y venta ilegal de un bebé, en El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, 2008) son los matrimonios de conveniencia a través de mafias aquello que empuja a su protagonista a moverse al margen de la ley. Por supuesto es el dinero, nuevamente un elemento asquerosamente físico en el cine de los hermanos belgas, aquello que motiva a sus trágicos personajes a entrar en un fatum de culpas y crímenes que ya desde el primer fotograma se vaticina su imposibilidad por corregir los hechos.
Por lo tanto El silencio de Lorna es una continuidad de las propuestas de El niño, el género thriller que se anunciaba en la anterior aquí cobra más protagonismo, la primera decisión como error de los protagonistas es el desencadenante de un juicio ético donde los Dardenne desde su postura realista y sobria se permiten el lujo de cuidar y condescender a sus personajes, si en El niño era un viaje en autobús en cuatro fragmentos distintos la construcción formal para comprender el error de ese joven que no era consciente de sus actos, en El silencio de Lorna es una elipsis brutal aquello que nos abofetea emocionalmente y nos sitúa de lleno en la realidad.
Pero los Dardenne son conscientes de estas repeticiones, de estos dos espejos que se miran y se copian mutuamente hablando por lo tanto de una verdad irrefutable, pero a la vez, conscientes del mimetismo del ejercicio, a medida que llegamos al desenlace del relato, los Dardenne van descubriendo una a una sus cartas y se amparan a la suerte de su protagonista en una patología evasiva con forma de cuento de hadas.

Un cuento de hadas descreído y seco

El discurso de los Dardenne se vuelve seco, asfixiante y desesperanzador. En El niño quedaba ese final donde había una mirada cariñosa que eximía de culpa a un culpable que por su cualidad de niño le había inducido a una sucesión de hechos más allá de sus capacidades. En El silencio de Lorna, la niña, porque nos hallamos nuevamente ante un infante en una sociedad de lobos, sin saberlo acaba sumergida en un cuento de hadas, y se encuentra en medio de la soledad y la irrealidad (primera aparición en el cine de los Dardenne de una evasión absoluto de lo real, incluso utilizando música extradiegética), un pequeño refugio maternal pero sin madre que lo defina como tal.
Fernando Pomares

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