"El guión es de una primitividad analfabeta.
Y en ello radican sus posibilidades. En él, la selva
virgen arde como algo que se contagia con
sólo mirarlo. Un virus que se inocula a través
de los ojos y pasa por las venas."
Klaus Kinski en relación a Aguirre, la cólera de Dios.
En el buen cine, como en el buen arte en general, se masca verdad, una verdad que expresa la relación entre el hombre y el mundo. Centauros de desierto (The Searchers, 1956), de John Ford, y Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre: The Wrath of God, 1972) de Werner Herzog, consiguen mostrar lo más íntimo de los vínculos que los seres humanos establecemos con nuestros entornos físicos: espacio y paisaje.
Monument Valley, paisaje del universo de John Ford
Las dos obras son lirismo puro sobre un triangulo formado por las emociones del ser humano, su cultura y el propio paisaje. Los directores consiguen ponernos en la piel y en las emociones de unos hombres que transitan por unos entornos naturales imponentes y nuevos para su civilización, por unos paisajes de pura percepción que todavía no han sido estructurados por sus mentes. El paisaje estaría estructurado, por ejemplo, en una región conocida en la cual sabemos que si avanzamos en dirección sur desde la planicie en que nos encontramos hallaremos un lago, y que si entonces giramos al este nos adentraremos en un valle por el cual transcurre el río que alimenta el lago. Por lo tanto, el valle queda al sureste desde la planicie. Esto significa que podemos entender nuestro entorno natural como un todo porque tenemos definido un sistema de relaciones entre sus partes. Y un sistema siempre es una estructura, algo abstracto. Hemos hecho nuestro el paisaje abstrayéndolo, de la misma manera que Rómulo hizo suyo el paisaje para fundar Roma con un dibujo en el suelo: una línea hecha por un arado. La estructura humana busca ordenar la naturaleza. La culminación de estos procesos son los mapas, documentos abstractos que contienen topografía, vegetación , sistemas hídricos, etc. Pero nuestra cultura no sólo estructura los accidentes geográficos sino incluso los simbolismos y evocaciones asociados al paisaje. Con los siglos una civilización hace suyo su entorno natural y sabe perfectamente qué puede esperar de él. Pero cuando el paisaje todavía no está estructurado todo es posible en él, la fantasía allí podría ser normalidad. La cultura humana siempre ha situado lo sobrehumano en los confines de las tierras y mares conocidos. Por ejemplo, los griegos situaron en las costas de Nápoles y Sicilia, tras la llegada allí de sus primeros colonizadores, muchos de los parajes de su mitología: el lago de Averno, la gruta de la Sibila, las rocas de las Sirenas de Ulises, el estrecho de Escila y Caribdis, etc. Entonces, antes de la gran expansión comercial por el Mediterráneo, aquellas costas eran el último horizonte de su cultura. Aguirre y Centauros no son cine fantástico pero, sin embargo, en ambas lo sobrehumano flota en al ambiente como una emanación de los entornos naturales; parece que el paisaje anuncia la posible irrupción de animales extraordinarios o de presencias mágicas. Hay que reparar en que sus parajes, tanto Monument Valley como la cuenca del Amazonas, están en América, la última frontera continental dentro del planeta.
Las memorables secuencias iniciales y finales de Centauros del desierto y de Aguirre, la cólera de Dios, resumen en sí mismas el contenido de las dos películas. Y así podemos ver que todo empieza y acaba en el paisaje. Si bien en Centauros el exterior está, en las dos escenas, enmarcado por una puerta, por un interior oscuro que sugiere un refugio del entorno natural, un refugio que sin embargo está vetado para el tío Ethan (John Wayne) que ya no puede escapar de su condición de habitante de ese mismo entorno. Su ser es propio de ese paisaje no estructurado y, por tanto, todavía mágico o mitológico. Por esto me parece, que en este caso la traducción del título al español superó al original, "The Searchers" (Los buscadores). El tío Ethan, como un Centauro, es mitad humano mitad sobrehumano.
Interior vetado, Fotograma de Centauros del Desierto
El ejército entero de Aguirre está obligado, desde el principio de la película, a ingresar en el orden mágico que le impone el paisaje, sin refugios posibles para nadie. En la primera secuencia los soldados descienden como hormigas una montaña selvática de pendiente imposible, y así sabemos que su camino no tiene vuelta atrás. Durante la película todos los personajes parecen planos, no tienen gesto ni voluntad, están superados por el río. Todos excepto Aguirre (Klaus Kinski), el cual va entrando paulatinamente en un delirio que tiene su clímax en la secuencia final, cuando solo en la balsa, con el río y la selva como escenario, se autoproclama un ser superior, un dios fundador. Y lo hace con la cámara dando una vuelta a su alrededor, mostrándolo como el nuevo centro del aquel nuevo mundo. Es ilustrativo comparar la situación histórica que vivían aquellos hombres con la que se daba en la península en los mismos años (últimas décadas del s. XVI), narrada de una manera realista por Cervantes en el Quijote. Los delirios de éste eran objeto de burla en España, en un paisaje cotidiano, y sin embargo delirios muy similares a los quijotescos - la ciudad de El Dorado, las guerreras Amazonas, etc. - eran objeto de máxima credibilidad si estaban emplazados en el Nuevo Mundo.
Fotograma de Aguirre, la cólera de Dios
Gozamos, en cada segundo de estas películas, del paisaje como algo terrorífico y a la vez atrayente, como algo sublime, según la concepción de Burke. Y, en el fondo, no podemos evitar envidiar un poco a sus protagonistas. Quisiéramos sentir esa percepción caótica del espacio, ser libres, fundirnos con la experiencia más allá de nuestras estructuras mentales. Estar vivos.
Rafael Pérez Mora
arquitecto