Hay grandes películas que han sido reflejadas en sus músicas. Composiciones que llegaban al núcleo del concepto, a la esencia dramática y emocional de la narrativa. Sin contrapuntos ni manierismo, las melodías, como un espejo, eran la viva imagen del trasfondo y la complejidad de aquello que sus personajes sentían y vivían. Músicas que independientemente de las películas a las que pertenecen evocan una idea, un pensamiento que llena de una cinética visceral nuestra necesidad per recibir impulsos, emociones que nos transportan de la apatía al zenit, de la tristeza a la aventura, de lo neutro a lo íntimo. Esquemas y fórmulas armónicas que han sido y son fuente de inspiración de futuras narraciones y deseos personales. Grandes compañeras que no necesitan las imágenes ni los dramas para ser por si solas obras propias.
Carter Burwell - Muerte entre las flores (Miller's Crossing, 1990)
Michael Nyman - El contrato del dibujante (The Draughtsman's Contract, 1982)
Michel Legrand - Piel de asno (Peau d'âne, 1970)
Ennio Morricone - La misión (The Mission, 1986)
Lennie Niehaus - Sin perdón (Unforgiven, 1992)
Georges Delerue - El desprecio (Le Mepris, 1963)
John Williams - Parque jurásico (Jurassick Park, 1995)
James Newton Howard - El bosque (The Village, 2004)
Franck Barcellini - Mi tío (Mon Oncle, 1958)
Nino Rota - La Dolce Vita (1960)
Fernando Pomares
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