Incendios que no queman
por Adrià Sunyol
Incendies (2010) es una película con una personalidad definida pero que, por su estructura compleja, estática y retorcida a un tiempo, trae a la mente algunas películas de Atom Egoyan, con las cuales también comparte el motivo del rastreo de los orígenes y el Made-in-Canada. Pero la complejidad de Incendies no es solo argumental. El film de Denis Villeneuve desorienta también por su facilidad por sorprender para lo bueno y para lo malo, ya sea migrando lentamente de un tono a otro, o complicando su evolución hasta extenuar la verosimilitud que, en un principio, parecía imprescindible para seguir su desarrollo dramático.
Saliendo del cine, la experiencia de Incendies, en el repaso global que la mente suele trazar mientras abandona la sala, resulta satisfactoria. Un drama, reconocemos mientras acabamos de ajustar las piezas del argumento que limpiamente encajan en el tramo final. Buenas interpretaciones, susurramos, seducidos tal vez por la belleza de sus dos protagonistas femeninas. Interesante, se aprenden cosas, concedemos al ponderar lo que parece un fiel reflejo del trauma individual y colectivo que los conflictos del Oriente Medio deben representar para sus víctimas. ¿Y pues? ¿De dónde procede esa sensación un poco insustancial que nos invade ante Incendies?
Puede que sea el resultado de un trabajo cinematográficament, visualmente, un poco insulso. Una buena idea aquí, un plano interessante allí, poco más. Intenciones un poco difusas tal vez, habilidad en la producción de efectismos elegantes pero uso recurrente de estrategias un poco fuera de contexto, como esas enormes tipografias rojas que capitulan una película bastante fluida y recuerdan el amor intertitulador de Godard, que parece haber contaminado todo el mundo francófono. Un lenguaje fílmico en resumen definible con un ni fu ni fa, pero que en qualquier caso destaca más por sus simples aciertos que por sus ocasionales tropezones.
¿De dónde pues, proviene la aparente indiferencia que se puede sentir ante Incendies? ¿Será el tema? ¿Estaremos sobrecargados de ficción abocada al drama humano que sabemos real, y del que tan poco sabemos por otros canales que no sean la parcial y asquerosamente fragmentaria prensa? ¿Nos estaremos hartando definitivamente de esta manera canónica de narrar? En su constante apelación a la empatia, Incendies conecta al espectador con sus personajes y sus miserias, pero cuando el tema tratado es tan apremiante, tan atroz, tan absurdamente atroz, todo lo que no inocule en el espectador un sentimiento más violento, más enérgico de revuelta personal ante la realidad que nos escupe continuamente a la cara, sabe a poco. Sobretodo cuando no nos queda el consuelo de la excelencia, del cine tan puramente perfecto que se basta por si solo. No es este último el caso de Incendies, una película interesante y hasta bonita para un tema que requiere al arte que lo trata grandes dosis de capacidad recalcitrante de crispar a los espectadores que, comodamente, asistimos al bombardeo de un país mientras el parlamento democráticamente elegido por nosotros lo aprueba con la mísera oposición de tres quijotescos escaños.
La metáfora en el incendio
por Fernando Pomares
Ya desde hace unos años, y quizá con la aparición en clave de homenaje de Zodiac (2007) de David Fincher, el estilo y mentalidad de cierto cine de los años 70 está volviendo con fuerza. Un cine que sin olvidar la narrativa clásica se apoya en fórmulas modernas para mostrar el relato, y a la vez, como pieza política, la película no sólo es un drama sino un ensayo sobre nuestra sociedad, un discurso que en su culminación se esclarece rompiendo el clasicismo para rebelarnos el significado de la obra.
La funcionalidad del relato paralelo para desembocar en una revelación me parece más de culebrón que intelectual, teniendo en cuenta el argumento en que se desencadena la historia (la cual no voy a contar). No sólo el simbolismo de la metáfora es infantil, sino que aparte podría ser cuestionable desde un enfoque moral. Por otro lado la película es un viaje hacia el origen de un conflicto, un proceso donde cada pista en una investigación te lleva más cerca de la verdad, y esa investigación se hace desde el presente para conocer el pasado. Por eso el hecho de mostrar el pasado para que cobre sentido el presente me resulta innecesario e incluso molesto. El subrayar las experiencias del pasado elimina el factor de ambigüedad, otorgándole al relato (de gran ambigüedad discursiva en el mundo real) un único enfoque y una tesis cerrada.